0

Bloodline

There is poison in these veins we share. There are cracks in our skin, fissures that threaten the bridge between these two homes. You may not see them, and I don’t have the heart to tell you, but there are bruises that have been there since the beginning of time. There is no blood anymore: I cleaned it, like the good girl I was always told to be.

Did you see the box that said Fragile?

 

I was 15 when I trusted you. Now I am much older, but I love you just as much, maybe more, than back then. But I don’t trust you. I trust numbers more than I would ever trust a man. Maybe you already figured that part out.

 

There is poison in these veins we share. I feel it, and how could I not?

 

Maybe there is no monster in you. Maybe it is just inside my closet, underneath the bed where I have all the nightmares. But what if there is? What if there is poison in your hands like there is in your lips when you talk to her?

 

You will have to forgive me – or I guess you don’t have to, and maybe you wouldn’t – but I cannot keep my eyes off your knuckles, and I am scared. I am scared because the box said  F R A G I L E , and I want to keep loving you. I want to love you like I loved you when I did not know the numbers, when I hadn’t memorized the hotlines, when you hadn’t raised your voice.

 

I just want you to know that this is still fragile. Handle with care.

1

Today I (re)watch: Gilmore girls, 2.01

Sadie, Sadie… Here is a summary: Lorelai accepts Max’ proposal and now everybody knows… except Emily. Who she didn’t tell and ends up finding out elsewhere. Oops. Meanwhile, Lane might be getting shipped off to Korea forever. And Rory has a special nerd dinner with the grandparents, and Dean. Big mistake.

SPOILER ALERT. I have seen all the seasons before, so I am reviewing retrospectively. SPOILER ALERT.

I’ve got to say, I did not see it the first (couple, thousand) times I watched Gilmore girls, but I could have called what’s going to happen to Lorelai & Max. I won’t do too much spoiling so I won’t get into it now. But, I mean… Come on.

Michel: A group of scientists did a study on rats where they cut their daily calories by 30%.
Sookie: And you felt left out?

So, the engagement is set…
I usually give close to zero fucks about proposals and marriage, but Sookie blubbering about how Lorelai deserves happiness makes my throat tie up in knots every time. Marriage or no marriage, Lor does deserve to be happy. And Sookie  is an amazing and caring friend.

But after the blubbering comes the foot-in-the-mouth thing. Sookie should have checked with Lorelai before calling Emily. But more obvious is the fact that Lor should have told her parents sooner. I get why she waited, and why they weren’t her first thought, but I also 100% understand Emily being hurt.

Oh Gosh. Lane might be shipped off forever. And sure, it is a long shot, but Rory’s underreaction comes off as not actually caring. I would flip out. I would cry and call Mrs Kim and organize a friggin petition for all I know.

The disaster that is usually the Friday Night Dinner. But multiplied by a hundred.
Now, I don’t need to clarify that I severely dislike Dean. But Richard behaved like a sexist, possessive, elitist doucheface. A passive-aggressive, smiling asshole. He does to Dean what the Huntzburgers do to Rory later on. Like, I know that Rory is much better than Dean in every way, but it has little to do with her academic smarts. More importantly, it is up to Rory to figure out and decide for herself. I am glad Rory walks out of that because that is unacceptable. Also, talk about an overreaction. They are 16yo’s dating. They’re not getting married tomorrow. Chilling the hell out is an option the Gilmores rarely consider.

It is so weird because during this whole exchange, Emily and Richard switch roles. This time, Emily is the sensible, calm one. And of course it would be over a boy, because of course it’s the man that has all the possessive guy feelings. Psshhht.
Anyway, this review was pieced together kind of weirdly but hopefully it makes sense and is enjoyable. And stuff.

0

Tan

Te extraño.

 

Sé que pareciera imposible, pero te extraño, años después. Te siento en mis dedos mientras escribo, en mis brazos mientras sostengo pancartas en la nieve. Te siento siempre, pero siempre bien lejos.

 

Quisiera decir que te encantaría verme ahora, más fuerte y más bella por dentro y por fuera que nunca. Quisiera decir que estarías orgulloso de mi, Tan, pero no lo sé. Te fuiste demasiado pronto. Éramos niños.

 

Éramos niños y siempre lo somos, pues cada mes de abril vuelvo a tener 13 años. Vuelvo a verte con admiración, aunque no te veo ya. Eras mi héroe, mi genio, mi rockstar, mi experimento y yo el tuyo. Éramos muy pinche niños para lo que se nos vino encima. Y te extraño.

 

Creo que te hubiera gustado visitarme en Montreal, verme evolucionar en mil direcciones, dándome de topes todo el tiempo. Creo que te hubiera entretenido verme con mis sobrinos, más maternal de lo que jamás me ha gustado admitir. Creo que seguiríamos siendo buenos amigos, o quien sabe, quizá… No quiero pensar ni creer.

 

Pues no sé. Éramos niños, eso si lo sé. Y sé que estás en cada línea que nunca dejaré de escribir. Sé que estás un poco en el café que estoy tomando, un poco en cada canción de esas bandas que tú me enseñaste. Sé que estás un poco en todos lados, y que no me vas a dejar.

 

Supongo que necesitaba decirte que ‘Quiubo alto’. Sigo chaparrita, sigo siendo tu mejor amiga, tu admiradora #1. Y te sigo extrañando.

0

(A)saltos.

Usualmente es sólo un saltico. Pequeño, maniobrable. Visible, pero nada que no se pueda lograr si se tienen las ganas. ¿Ganas? Ya ni sé de qué hablo a veces.

Esta vez me vi enfrentada a un obstáculo olímpico, un salto mortal. Un vacío entre dos tierras que sólo logras si hay un puente. Pero todos los dioses saben que entre estas dos tierras que actualmente me jalan no hay puente fácil de construir una vez se siembran raíces de un lado.

Tener un shock cultural en tu propio país es uno de los sentimientos más conflictivos, más contradictorios, más desestabilizadores que hay. Ni siquiera es sentirse rota en dos mitades, sino quebrajada y reducida a fracciones infinitas. Un rompecabezas que no hay forma de armar correctamente.

Hay un abismo entre lo que creo y lo que vivo y la “casa” que me espera cada Navidad. Me quedo muda de la desesperación de saber que ya nunca tendré una casa en la que sentirme cómoda. Me siento de ningún lado, y eso se siente como una traición a la patria, si es que eso siquiera existe.

Siento que amo a un México que no conozco, un México que he leído pero que he negado sin querer. El México de la mayoría, el México que inadvertidamente he pisado con mi ignorancia y con mi pasividad. El México que todos callamos porque nos da pena cómo lo perpetuamos. Por otro lado me siento extraña en el México que sí crecí: ese México privilegiado, resguardado, casi turístico. El México que ve las noticias nacionales de Televisa y no tiene forma vivencial de saber qué tan falsas e ilusorias son. Me siento extraña no por ser realmente extraña a él, sino por lo mucho que quisiera serlo. Me siento extraña porque la paradoja de vivir de ese privilegio para no vivir con ese privilegio, escapando de ambos Méxicos para intentar conciliarlos en mi propia psique es algo que me reduce a un nudo en la garganta cada mañana que paso en casa de mis papás.

Percibo lo fácil que me fue adaptarme al modo de pensar y de vivir en Montreal, y lo difícil que me resulta a veces la vuelta. Y luego percibo esa comezón que da por querer disculparme por ello. Y para terminar, un piquete que me recuerda que no tendría que disculparme por sentirme más feliz y más cómoda con mis ideas, con mi cuerpo, con la dirección que estoy tomando y con las posibilidades que ahora tengo como ser humano y como mujer y como persona adulta y (en un futuro cercano) independiente.
Veo el acantilado muy cerca y cada vez que vuelo, construyo un puente falso y frágil y lleno de frases hechas que no significan nada. Un puente que me hace retroceder 3 años, a un momento más sencillo de negociar con el resto pero más difícil ya de adoptar genuinamente. Se me ocurren al menos 30 maneras en las que soy distinta y mejor y más de todo de lo que era cuando sólo conocía un huso horario. Y no quiero cambiar eso.

El tener que cambiarlo cada 4 o 5 meses es algo que solamente entristece. Se queda uno sin ganas de andar dando de brincos.

2

La memoria inexistente

Quiero dedicar esta entrada a la memoria que no existe. A esa memoria que pertenece a otros, que talvez por coincidencia pertenezca una pequeña parte a ti, pero son solo migajas de lo que otros tienen tan presente que te avergüenza. Hay una anécdota tras otra y así pasan los días, y no recuerdas nada. Y no es que estes perdiendo la memoria, solo que esos días de los que hablan no son tuyos, aunque quisieras que aunque sea hubieran sido obsequio de esta o aquella persona, un cuento que te hubieran contado antes de dormir.

Pero ese flujo de ideas y de remembranzas fluye lejos de ti, sin siquiera tomarte en cuenta. Ves ese mar de nostalgia y de ayeres maravillosos y hay inherente a esas palabras una exclusión hiriente y penetrante, que nadie detecta porque a nadie le perturba, pero tu la notas y observas mientras te corta, te va partiendo en mil pedazos mientras tu tan solo puedes observar y esperar que talvez, solo talvez, deje de sangrar algún día.

Lo peor, lo irónico y terrible – e inevitable – de esta MEMORIA INEXISTENTE es que no viene sola, sino con una gran culpa. La culpa que trae consigo el no poseer esa memoria, el no haber sido parte de esos días ni de esas horas de luz ajena. Está la culpa de no haber hecho nada por agregar una vela y alguna canción a esa ópera de recuerdos.

Y lo realmente asfixiante de esta culpa es que se sabe estúpida, inútil, arrogante. Estúpida porque no es culpa de nadie el no poseer siquiera un pedazo de la vida de alguien más, inútil porque lo que nunca se tuvo tampoco se perdió y lo que no se ha perdido no tiene como recuperarse, y arrogante porque los minutos no son nada a la hora de la hora. Pensar que nuestra contribución a un océano de milagros y sueños es algo digno de extrañar, es otra prueba más de lo egocéntricos que somos hasta buscando un ancla en medio de la tormenta.

A fin de cuentas, eso sería y será en un mejor momento la memoria que si exista, la que si nos pertenezca y nos incumba: un ancla y un consuelo para no andar naufragando.

0

La nada (incompleta)

Nada. Quedaban sus libros. Quedaba su cama, algo de ropa, su librero. Sus CD’s, sus zapatos, su cepillo. Siete muebles que no sumaban nada. Ilusiones sobrepuestas en una pared blanca; bastante gris. Ocho años se dejaban ver en unas paredes. Esos cuatro muros murmuraban cuentos desesperados. Nada significaba nada. Esa NADA que frustra, que molesta, que entristece y enloquece.

Una nada que invadía el aire, pero no completamente. No había aceptación. ¿Has intentado repeler NADA? Es imposible. Pero él no lo sabía: resistía, luchaba. Y la rutina estaba de su lado. Un vacío cotidiano para llenar otro más doloroso e insoportable: un plan perfecto. Mas a oscuras, cuando la conciencia duerme pero los demonios no, él no tenía como defenderse. Entonces no dormía ya, para no soñar. Pero bien es sabido que los sueños escapan a la noche cuando son ignorados.

Pero, ¿NADA era culpa suya? “No”, decíase a sí mismo el que NADA creó. Se alejó de su purgatorio. ¿Su purgatorio? ¿Realmente le pertenecía? No era suyo: ya no. Estaba más allá de él. Nada era, pensaba. Nada, nada, nada. Le dio la espalda, siguió caminando, apresurando el paso sin saber porqué. ¿Saldría de su casa – lo único de lo que estaba seguro que era propietario –? ¿Qué estaba esperando? Nada. Pero esto último implicaba todo tipo de confesiones, de razones que no existían. Cerró la puerta tras él.

El cielo dejaba ver algunos penetrantes rayos de Sol, casi nada. Pero las nubes eran grandes e imponentes, casi intimidando a los tristes mortales. Las sombras que normalmente resguardan, este día palidecían el mundo y extraían lentamente la vida que yacía debajo de ellas. Ya no había calor, no había nada. Él lo notaba. La tenue melancolía del ambiente sofocaba su cuerpo entero y lo llenaba de un veneno agridulce muy similar a una cruz en la espalda. Siempre sin un porqué.

La nada succionaba su esencia, su corazón. Caminó sin nada hacia una perdición olvidada, un verdugo extraviado en su alma que recordó después de años el nombre de su víctima. Nada tuvo que suceder para que él recordara también el dulce aroma del vicio.