Hoy tu recuerdo cambió de color, le bajó a su tonito que ya estaba cansando. La desilusión empalideció, se enfermó de ridiculez. El enojo es menos rojo, más bien es sonrojadito y rosado, más parecido a la vergüenza, y esa es por darte el poder de irritarme al grado en que lo hiciste. La decepción es casi invisible ya, no porque tengas sentido sino porque lo que hiciste sólo se me hizo raro por el pedestal en el que te tenía, pero de cualquier otro vato – en mi cinismo, quizá – no se me hubiera hecho en absoluto inesperado.
Ya tu rostro está más pixeleado, como si mi cerebro – el cual tomó un innecesario y desagradabe descanso mientras yo te escribía canciones – te hubiera censurado en lo que hace reparaciones, en lo que es seguro mostrar tan osada imagen que un día causó conmoción. Yo no tengo problema con que tu foto este borrosa pues, con lo ardidisisisimo que pueda sonar esto, ahorita no te quiero ni ver.
Talvez mañana cambie de opinión, pero hoy mi opinión de tí es nula, o es bastante regular, sin mucho pigmento ni sazón, y lo mejor de todo, sin una sóla lágrima que se me antoje llorarte ya.